jueves, 4 de junio de 2009

Hope.


Sujetaba un café humeante entre las manos. Me miraba con los ojos de alguien que prefiere no ver. Tenía su media sonrisa característica y la nostalgia del amor no correspondido. Finalmente, dio el paso.
- ¿ Y bien?
Suspiré.
- Nadie dijo que fuera fácil. Es algo con lo que ya contaba. Supongo que todos estos amaneceres en vela me han servido para algo, no crees?
Me miró con cara de sorpresa.
- No sabía que pensaras contar con mi ayuda.
- Y no pensaba, pero contaba con que me dieras tu consejo.
- Querida amiga, ya sé que consejo buscas y yo no soy capaz de dártelos. Es más, ni si quiera necesitas que te lo de, puesto que ya conoces las respuestas aunque no quieras aceptarlas.
- Duele.
Vi en sus ojos el brillo de la compasión.
- Ya, ya lo sé. Pero cuanto antes lo asumas, antes formará parte del mausoleo de recuerdos de tu memoria.
- ¿ .. Y después?
- Después pasarás página, la luz de tus ojos volverá y tu sonrisa reaparecerá, y sabes, que hasta entonces, yo esperaré, aquí, a tu lado.

Y me dejó en aquella buhardilla, hasta que le volviera a necesitar, tapada con una sábana y el café enfriándose a mi lado.
El contraluz de la ventana escondía mis lágrimas al ocaso.

Viendo como el sol se hundía entre los rascacielos, decidí que aquellas lágrimas eran las últimas y último era el atardecer que desperdiciaba refugiándome entre recuerdos.
Cogí la foto, ese trozo de papel arrugado de colores desdibujados de la sal de mis lágrimas y lo miré por última vez, ví su sonrisa, suspiré y, por fín, lo rompí.

Esta vez renacería de verdad, y la sangre de mi herida se secaría, sin lágrimas ni recuerdos de los que alimentarse.
Al fín, le sonreiría al mundo.

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