viernes, 18 de junio de 2010

Long nights.


La vela sigue brillando. Todo está a oscuras y sus ojos brillan, cercanos a la luz, pero lejanos de la realidad.
La ventana está abierta, y el susurro de la oscuridad se perfila por las rendijas de la persiana. Ella estaba tumbada en la cama, con los brazos cruzados y la barbilla apoyada en el brazo, mirando la llama sin parpadear apenas.

Llevaba horas sin dormir, observando como la cera se iba derritiendo y los segundos se transformaban en horas.

Por sus oidos, toda clase de sueños, gritos, frases, ruidos, estallidos de silencio llegados de la nada. Todo retumbaba en su cabeza y esta vez no podía echarle la culpa a la resaca.


De los cascos, unas notas disonantes enturbian la serena oscuridad de la habitación, produciendo a cada golpe de guitarra que su estado de semiinconsciencia tiemble y obligue a sus pensamientos a tomar tierra.
La cera sigue cayendo y los minutos pasan.

Falta poco para el amanecer, parece mentira que el tiempo siga su curso, nada le importa al gran omnipotente, presencia omnisciente en nuestros sentidos.
Cada segundo que pasa será un segundo menos para reconstruir un mundo hecho trizas.
La parte de su cabeza capaz de dilucidar pensamientos aislados le decía que no tenía sentido, que esas respuestas nunca llegan y que el tiempo aparecería para curar las heridas.

Escalofríos recorren su espalda cuando la parte irracional se imponte en la lucha interna. Ahora nada tiene sentido, y solo ordenando sus pensamientos podrá encontrar la calma.

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