domingo, 30 de agosto de 2009

Cómo agua para chocolate.

Las gotas de lluvia repiqueteaban el tejado y las nubes grises se arremolinaban sobre el cielo. Parecía que todo estaba sumido bajo un manto gris.

Suspiró.

Miró el pomo, y, ganando la batalla contra la indecisión, abrió la puerta.

Salió a la vez que el cielo se iluminaba con un relámpago, que surcó el cielo llenándolo todo de una luz blanquecina por un momento.

Miró hacia el cielo, y dejó que gotitas de un agua fría de noviembre llenaran su cara de sensaciones nuevas. Suspiró de nuevo y abrió las palmas de las manos.

Sin dudar un momento, fue hacia la izquierda, y, entre dos ventanales blanquecinos, hecha un ovillo mirando al horizonte, estaba ella.

Le miró.

Y él vio en sus ojos que necesitaba ayuda.
Como otras tantas veces.

En su cara, las gotas de agua se mezclaban con la sal de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
Sus ojos oteaban el horizonte, quizás en busca de alguna respuesta a las preguntas inconclusas de las noches de insomnio.

Se dejó caer a su lado, quizá más por el propio peso de sus sentimientos, que por la conciencia de lo que hacía.

- Y bien?

Le miró, parpadeando como si no fuera del todo consciente de lo que pasaba.

- No lo sé, la verdad es que por un momento me perdí en los recuerdos, pero ahora ... No siento nada.
- ¿Nada?

- No, y, me siento bien. Es .. extraño. Hace tan solo unas horas, bebía los vientos por él, y ahora, me parece más importante el sonido de mi propia respiración.

Suspiró, y, se dejó caer sobre su hombro.

- .. Entonces?
- Sabes? No lo sé, y tampoco me importa, pero no voy a ir detrás de él como si fuera el centro de mi universo. Me niego.
- Me parece perfecto.

Levantó la cabeza, sorprendida.
- No vas a decirme nada más?
- No, para qué? No necesitas ningún consejo mío.

Otra vez la misma historia, y otra vez surgió la magia. Una magia como el ave fénix, que cuando menos te lo esperas, arde en una pira de soledad para luego resurgir de entre sus propias cenizas.

Y, un nuevo beso. El sabor de un beso mezclado con la sal de sus lagrimas, los restos de la llovizna sobre nuestros labios, y el ansia secreta de compañia que sufrían nuestras almas en la buhardilla de la conciencia.


Se apagaron nuestras voces. Sin embargo, seguía cayendo esa llovizna constante, y, nosotros, poco a poco, se estaban calando hasta los huesos..

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